El Portavoz Mudo

En esta página están recogidos inicios de cuentos e historias, que quizás no acabe nunca, que quizás nadie se interese en ellas excepto yo. Pero lo seguro es que estarán mejor al aire libre de la inmensa Red que en la diminuta y olvidada carpeta de mi escritorio.

Me presentaré con el nombre de Gaff. Bienvenido.

Capítulo VI

Observando… ¿Qué miraba con tanta atención? Sus ojos apuntaban directos a un árbol, un bello, grueso y torcido árbol que seguramente llegaría a contar más de mil años. Sobresalía de entre todos sus compañeros. En su inmenso tronco, de un marrón apagado, resaltaban gruesos nudos y betas, muy profundas. A medida que subía se iba retorciendo e inclinándose hacia un lado, hasta que a unos tres metros de altura se dividía en poderosas ramas, que sostenían una gigantesca multitud de hojas diminutas que bailaban y se agitaban con el viento. Sus enormes raíces abarcaban un gran terreno, hundiéndose bajo suelo, mezclándose, dibujando sinuosos caminos en aquella fértil tierra, tan diferente de donde él venía.

Y bajo este coloso del bosque, en la bifurcación de dos de sus raíces, destacaba un bulto, cubierto de plantas y medio enterrado en la corteza del árbol.

Desde una distancia prudente, el recién llegado observó cómo su libertador tendía la mano a aquel extraño bulto, y, derecho, esperó… y esperó… hasta que el árbol se movió. De repente, el enorme tronco empezó a enderezarse. Las hojas se agitaron, como espantadas. Algunas cayeron al suelo, ligeras y lentamente. La tierra gruñó, y como queriendo acompañarle, un gemido metálico surgió de sus raíces. Ante este espectáculo, el viento pareció parar, junto con todos los otros ruidos del bosque, pendientes de él.

No se dieron cuenta, pero cuando el movimiento cesó, el gigantesco árbol estaba sujeto al suelo, simple y solamente, por un punto. Un fuerte punto, con dos piernas. Otro hermano. Otro siervo de los Señores.

Este, de cuya curvada espalda parecía emerger la poderosa planta, dio unos cansados pasos, esforzándose para llegar al que amistosamente le ofrecía su mano. Sus pies se hundían en el suelo, haciendo crujir las rocas. Y cuando estuvo a pocos metros de él, levantó por fin su cabeza y le dio la mano. El extraño observador, con dura firmeza, tiró de su mano. Y con la otra, ayudó a su amigo a erguirse. La corteza del árbol había penetrado en su interior, metiéndose entre las juntas y por los agujeros de su cuerpo. Así que costó. A medida que se iba alzando, el árbol cedía. Iba astillándose, rompiéndose. Una enorme grieta partió el tronco en dos, y la parte más gruesa cayó. Esto le aligeró enormemente el peso, a parte de que ahora podía andar sin tantas dificultades. Los dos hermanos se soltaron.

Y el extraño, con una fugaz mirada de despedida, dio la espalda y se fue tal y como había venido.



Gaff

Capítulo V

Cuatrocientos veintitrés mil setecientos setenta y uno, cuatrocientos veintitrés mil setecientos setenta y dos, cuatrocientos veintitrés mil setecientos... Seguía andando. Aun no había parado, siguiendo el lejano punto, quien le dibujaba el camino. Día tras día, iluminado por el imponente sol; noche tras noche, rociado por la gélida luz de la luna. Seguía, imparable. Sobre tierra, sobre roca, sobre verde hierba… Arrastrando sus torpes piernas por el fondo de lagos y ríos. Cuatrocientos veintitrés mil setecientos ochenta y nueve, cuatrocientos veintitrés mil setecientos noventa,…

En aquel momento estaba atravesando un valle, situado entre dos altas montañas, verdes, con gruesas rocas emergiendo como islotes de entre un mar de tiernas hojas, mecidas por el viento. Las altas espigas bailaban a sus pies, acariciándole las piernas, desviadas y llenas de rasguños.

Y se paró. ¿Por qué? ¿Alguien lo sabe? No. Sus dos piernas, paralelas y desniveladas, le hacían adoptar una postura graciosa, con las caderas torcidas. Por un momento consiguió dejar quietos sus brazos, que se movían agitados, para no perder el equilibrio. Fue entonces cuando se giró y miró a sus espaldas. Quizá por la melancolía que le inspiraba el estar tan lejos de donde había pasado los últimos siglos, añoraba el lugar. ¿Podía él sentir añoranza? O quizá por el curioso ruido que se escuchaba, lejano, pero caudaloso, a sus espaldas. Camino atrás, se divisaba en el horizonte un extraño resplandor, como un espejismo, una marea de luces centelleantes, dispuestas en línea. Apenas se llegaba a distinguir. Sin embargo, se oía un remoto golpeteo. Lejano, muy lejano.

Volvió sus ojos hacia delante, para ver aquel distante punto que llevaba siguiendo durante días. Continuó sin moverse. Parecía dudar. ¿Dudaba? No. Siguió andando. Cuatrocientos veintitrés mil setecientos noventa y uno, cuatrocientos veintitrés mil setecientos noventa y dos, cuatrocientos veintitrés mil…

Pasaban los días, y aquella rara serpiente alumbrada seguía en el horizonte, centelleando, siguiéndole. Cuatrocientos veintisiete mil ochocientos treinta y seis, cuatrocientos veintisiete mil ochocientos treinta y siete, cuatrocientos veintisiete mil ochocientos… Y lo alcanzó. No lo vio hasta que no lo tuvo a unos cincuenta metros. Estaba allí, quieto, de perfil. Dio unos pasos para ponerse a su lado. Por fin… ¿Que miraba?



Gaff